La arqueología automotriz
argentina nos devela a los investigadores interminables sorpresas. En esta
oportunidad, y a raíz de un viejo bosquejo encontrado entre archivos olvidados,
volvemos a la luz un proyecto que estuvo literalmente sepultado por varias
décadas.
La empresa “Plásticos La Loma”,
propiedad de la sociedad conformada por (aquí voy a introducir pequeños cambios
en los apellidos para no ser tan descriptivo) Mauro Rosso y Alejandro Venerande
se dedicaba a construir cúpulas para pickups durante la década de los 70s. Radicada
en la pequeña localidad santafesina de Loma Alta, de su taller salían esas
autopartes para acoplarse principalmente en pickups Ford, Chevrolet, Fiat y
Peugeot. La empresa de Rosso y Venerande utilizaba un galpón cerealero adaptado
para la construcción de aquellas piezas. Las cúpulas eran una buena alternativa
a las casas rodantes para los bolsillos menos abultados. Las laxas leyes de
tránsito de entonces permitían convertir un vehículo de trabajo en una van familiar,
en cuya caja de carga con cobertizo se acomodaba toda la familia, incluídos
suegras, perros, gatos y el loro.
Debido a la alta demanda de cúpulas,
la pequeña empresa se vio en determinado momento en una favorable situación
económica que le permitió llevar a la realidad un viejo sueño de sus
propietarios, que era encarar la producción de un vehículo de tipo “Buggy”,
teniendo como referentes a los que en aquellos años estaban de moda. Como no
disponían de logística indispensable para encarar un proyecto desde cero, decidieron
copiar en plástico las formas básicas de un coche de producción y realizarle
algunas adaptaciones. El elegido fue el por entonces exitoso Renault
12. Usando esa carrocería como matriz, construyeron una pieza plástica con
refuerzos internos de perfiles de hierro estructural. El resultado fue una
carrocería tipo “lancha” que constaba de solo dos piezas: la principal, y el
capó que sí era una autoparte original de Renault 12, la única que se
utilizaba, además del parabrisas.
Para la plataforma se contactaron
con un preparador de “areneros” radicado en el vecino paraje de Oroño, Eduardo
Felizie, quien desarrollaba sus productos por encargo pero basándose en chasis
tubulares estándar y mecánicas de tracción trasera con elementos de transmisión
y trenes provenientes de Peugeot básicamente. Se hicieron las adaptaciones a la
plataforma para poder admitir la carrocería plástica fabricada en Loma Alta.
Los chasis rodantes se trasladaban desde Oroño en marcha, hasta donde se
montaban las carrocerías y el producto quedaba terminado.
El saltadunas finalizado se
bautizó “Skippy” en alusión a un canguro que aparecía en una serie infantil australiana
de finales de los 60s. El coche pretendía captar el espíritu “Buggy”. Era
abierto, tipo targa, y a pesar de tener un innegable aspecto de Renault 12
también recordaba en cierta forma al modelo Puelche Iguana. Carecía de puertas,
sus pasarruedas eran más grandes y al compartimiento del baúl se accedía
reclinando el banco trasero. Los tapizados internos eran de cuero sintético (“cuerina”)
y el interior del coche era a prueba de agua, teniendo orificios y tapones a
fin de evacuar la misma en caso de lluvias, aunque el propósito del mismo era
ser usado para el esparcimiento en días de buen tiempo. Por ese mismo motivo
carecía por ejemplo de limpiaparabrisas.
Tenía llantas deportivas y
cubiertas de gran ancho, más grandes en el sector trasero. Una auxiliar iba
montada exteriormente en el tercer volumen. Las ópticas delanteras y la
parrilla derivaban del Renault 12, pero las traseras eran genéricas, de las que
se utilizaban para equipar los acoplados de los camiones de la época.
El coche carecía de paragolpes,
ya que la intención no era su homologación para el uso normal sino para lo que
hoy se llama “off road”. Tenía faros auxiliares y buscahuellas y dos estribos
laterales de dudosa estética pero gran practicidad para acceder y salir del
vehículo, maniobra que también era facilitada por travesaños de metal que a
modo de agarraderas vinculaban el arco del parabrisas con el armazón trasero y
que a su vez le otorgaba mayor rigidez torsional al conjunto.
El hecho de carecer de puertas
laterales permitió reforzar la carrocería en esas zonas con perfiles de acero.
La rigidez lograda, sumada al bajo peso del conjunto hacía que el vehículo
fuera muy “picante” y divertido de manejar.
El Skippy era un producto
original e interesante. El acaudalado empresario Hernán Radozonski, de la
vecina ciudad de Gálvez, decidió invertir en el proyecto, para lo cual destinó una
fuerte suma de dinero debía ser destinada a equipar y ampliar las instalaciones
de Loma Alta para que la producción deje de ser artesanal y se convierta en
cadena de montaje. Pero lamentablemente, y acorde a todos los emprendimientos
similares que hubo en este bendito país, la historia del Skippy tuvo un triste
y hasta oscuro final.
Un par de circunstancias
desafortunadas se conjugaron para sellar la suerte del simpático coche. Su disimulada
pero innegable apariencia de Renault 12 hizo que pronto la filial argentina de
la marca francesa, la que por entonces acababa de hacerse cargo de la antigua
IKA, designara un veedor para llegarse hasta las instalaciones de Loma Alta y
verificar in situ todo lo relacionado con la producción del auto y negociar las
eventuales regalías o licencias que Rosso y Venerande estaban debiendo a la
casa matriz francesa. El delegado de aquella misión fue el cordobés Fernando Bustis,
por entonces encargado de relaciones públicas y márketing de Renault Argentina. En
su reunión con los empresarios locales, las definiciones de Bustis fueron poco
alentadoras. “Uhhhh qué cagadón se mandaron, culiáu…”. Tratando de evitar
complicaciones, Rosso y Venerande intentaron que entienda que poco tenía que
ver el producto terminado con un Renault 12, ya que sólo un par de autopartes
eran comunes con aquél, y que, a modo de ejemplo, tenía más elementos mecánicos
de Peugeot que de Renault. Lejos de favorecerlos, este argumento desencadenó
reclamos por parte de SAFRAR por el uso indebido y sin licencia de sus partes
mecánicas, por lo cual más frentes judiciales se abrieron contra los
emprendedores zonales.
Los contínuos vaivenes de la
economía también hicieron lo suyo, y la demanda fue cayendo, por lo cual la
sociedad de Rosso y Venerande tuvo que imaginar nuevas y originales
alternativas para poder sostener económicamente el emprendimiento. Al principio
admitían coches de segunda mano para convertir en saltadunas. Ellos se
encargaban del desguace de los mismos y negociaban las autopartes de descarte
así obtenidas. El éxito que tuvieron en ese afán hizo que prontamente se
volcaran de lleno a la compraventa de autopartes. Así entraron en contacto con el
oscuro intermediario bonaerense Diego Ríoz, quien les conseguía elementos a muy
bajo precio provenientes del Conurbano, los que luego eran revendidos en la
zona con grandes márgenes de ganancias. Luego de que la Policía Federal
detuviera a Ríoz acusado de tráfico de autopartes robadas, la empresa “Plásticos
La Loma” quedó seriamente comprometida, y un fiscal acusó a la misma de ser un
mero tapadero de una actividad ilegal, y que la fabricación del Skippy era en
realidad solamente una fachada falsa que ocultaba la actividad principal que era la
transa de repuestos robados.
Enterado de aquello, el
empresario Radozonski reclamó el reintegro de su aporte de capital, pero a esas
alturas Mauro Rosso ya había escapado a Paraguay vía Clorinda y Alejandro
Venerande había conseguido huir a Italia antes de que Interpol solicitara su
captura internacional, y allá logró tramitar una nueva identidad. Entró en
contacto con un alto mando de la “Camorra” italiana para proponerle un negocio
pero éste se negó diciendo que “Io non quisiera meterme in problemas”.
Pocas unidades del Skippy se
fabricaron en definitiva, y la suerte de todos ellos es desconocida hoy por
hoy. El ejemplar de las fotos fue encontrado en estado de abandono bajo una
pila de viejos trastos en un galpón vecino a la vieja planta fabril, se cree
que antes de huir del país, los propietarios lo escondieron para evitar que la
Justicia lo encontrara e incautara. Hoy ha sido restaurado por entusiastas
locales y podemos exhibirlo como un digno representante de una época romántica
de la mecánica de nuestro país.
Aclaración innecesaria para
posteadores de redes sociales: Esta historia es ficticia y el auto nunca
existió. Por favor leer esto!
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