La reconstrucción de la Europa devastada luego de la Segunda Guerra Mundial también
llegó a la industria automotriz, y los encargados de volver a ponerla en marcha
fueron los conocidos “microcars”. Se encargaron de motorizar a las clases
medias empobrecidas, siendo los nuevos protagonistas del tránsito en las calles
que volvían a reconstruirse.
En Argentina no hubo
guerra, pero las modas europeas no tardaban en llenar. Numerosos fabricantes
pequeños intentaron reproducir aquel fenómeno, con pequeños coches destinados a
satisfacer los deseos de la naciente clase media, de reemplazar sus vehículos
de cuatro ruedas por otros de cuatro (incluso de tres!),
En Argentina los
microcars no vinieron a reemplazar a los coches de Preguerra (como en el caso
de Europa) sino a brindar una oferta que la naciente industria local no cubría,
ya que en los años 50s recién comenzaba a dar sus primeros pasos. De esta
manera, se pensaba que el potencial de producción y venta de estas pequeñas
máquinas mecánicas tenía un horizonte promisorio aquí en esa década.
Uno de los tantos
emprendimientos apuntados a producir un microcoche original e inédito, fue el
que desarrolló un entusiasta emprendedor José María Rodríguez. Su primera
creación fue un mini jeep abierto, del cual construyó pocos ejemplares. Pero de
esa experiencia nació su primer proyecto pensado para producir en serie, el
“Joseso” en alusión a su propio apodo.
Dotado de un motor
inglés de dos tiempos Villiers de origen inglés, su carrocería recordaba a la
del Fiat 600 Múltipla. Fue presentado en setiembre de 1959. El proyecto estaba
respaldado por IAMA S.A. (Industria Argentina de Micro Automóviles Sociedad
Anónima), la cual decía contar con concesionarios en Capital Federal,
provincias de Buenos Aires, Entre Ríos y Río Negro. Eventualmente se
instalarían factorías en Ituzaingó y Río Gallegos.
La carrocería era de
fibra de vidrio reforzada sobre un chasis de metal con travesaños. Su único instrumental
era un velocímetro. Poseía tres asientos. La única plaza trasera estaba
desplazada hacia un lateral a fin de alojar el impulsor Villiers de 10HP y
520cc, que lo llevaba a lacanzar una máxima de 65 km/h .
Las perspectivas de
producir 4.500 unidades en el primer año pronto se mostraron demasiado
optimistas, y no pasó mucho tiempo antes de que el proyecto se terminara, y los
talleres de Ituzaingó cerraran sus puertas, luego de haber producido unas 200
unidades entre 1959 y 1960.
Si bien su número fue
muy escaso y los que sobreviven no son muchos, el Joseso fue importante como un
peldaño histórico en la industria automotriz local. Y la editorial Salvat le
hizo justicia al incluirlo en la serie “Autos Inolvidables Argentinos”. La
miniatura tiene los retoques de rigor, pintado de parrilla, escape e
interiores.
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